Creo que no hay mejor sensación que
aquella del papel rasgado por el lápiz, de las teclas formando
palabras, no hay mejor sensación que saber que se está construyendo
algo, un mundo aparte, con las meras manos humanas. La sensación de
liberación, de que los personajes en uno salen corriendo, demoliendo
todo a su alrededor, con errores ortográficos, exclamaciones y punto
y comas. No tienen límite, más que aquel que las manos les dan.
Pero por un momento, parece, creo, por un momento, que son eternos en
esa hoja de papel. Parecen eternos. Y son libres.
Alguien me dijo "escribí sobre aquello
que sepas, sobre aquello que sientas". Otros me dijeron, "escribí
sobre lo que no conozcas, para realmente creer que existen". Me ha
llegado a pasar, de encontrarme con personajes de mi cabeza en la
calle, y sorprenderme. ¿Cómo escaparon? ¿Cómo se liberaron
enteramente de estas manos que los delineaban? No sé. Tampoco sé
cómo te escapaste vos.
Cuando uno no cree más que en el amor,
no existen cosas tan triviales como el tiempo, porque no hay límites
a la voluntad, ni siquiera las 24 horas del día. Cuando uno no cree
más que en el amor, las sensaciones se colorean en miles colores,
parecen completamente razonables los amores de película, tienen
lógica cada una de las palabras que uno pronuncia, los silencios no
incomodan, las dudas se van en sonrisas y risas en silencio sentados
en el colectivo volviendo a casa despeinados y en la ropa de ayer. El
amor es el lenguaje más sencillo de todos, es mundial y humano, no
requiere siempre de palabras, sino más que nada de gestos. De
miradas profundas y sonrisas, de cuerpos, de tonterías. Cuando uno
no cree más que en el amor, todo es más simple. Tan simple como
vos.
Hace ya como cuatro años que escribí
sobre un beatlemaníaco, de estilo hippie roñoso, de mente ligera,
de seductor silencioso. Hace cuatro años me enamoré de un personaje
mío, y me lo volví a encontrar hace dos años y no lo quise. No lo
quise y suerte que no lo hice. O lo quise hacer. No era quién soy
ahora. Porque, yo también cree un personaje de mí misma, una visión
de como quería ser yo a mis veinte años y me alegra decir que me
falta poco para encarnarla. Era una chica que caminaba feliz por las
calles, saludando y regalando sonrisas, viviendo bien y simple,
viendo en lo pequeño, lo mejor del mundo. Y llegaste vos, para
perfeccionarme, para sacar aún más lo mejor de mí (y a veces
también lo peor). Yo quería ser una chica apasionada y aventurera,
sin miedo alguno, curiosa al extremo. Desestresada, desestructurada.
Con los hombros caídos de la paz interna. Cuesta che, pero de a
poquito voy. Me siento encaminada de vuelta. ¿Qué, si no mis
personajes, me va a apasionar más?
Sólo me queda amigarme con las
palabras para dejar de mirar con miedo la hoja y asumirte, pacientemente, real, conocer esos rasgos, los cuales mi personaje no
quiso develarme, para seguir enamorándome de vos. No me apuren, no
me apuro yo, estoy embobadamente “chocha” justo como estoy ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario