domingo, marzo 9

Carnaval


Inmensidad. Casi como la hoja en blanco frente a mí. Concepto difícil de explicar en palabras, no tanto en imágenes. Inmensidad. Amplia como el deber ser de una ruta (que no siempre lo es), de múltiples colores desconocidos, de alturas imposibles pero alcanzables, de aromas inimaginados, de sonidos jamás escuchados, de sales heladas. Inmensidad de sensaciones imperceptibles. Las imágenes no siempre dicen todo. Mucho menos las palabras. A veces basta con la Inmensidad en las miradas. Inmensidad sentimental. Como un elefante cuando alza la trompa y expande las orejas en toda su extensión. La misma que se expresa al subir a lo alto y mirar hacia abajo, hacia los mil y un caminos que uno puede tomar para alcanzar la cima. Y darse cuenta de que realmente la cima no es lo que uno busca, sino que realmente lo que uno busca es... Contacto. Con la realidad, con los demás, con el alrededor, con uno mismo. Con la inmensidad. La Inmensidad de la persona humana. Digna como cualquier ser vivo, mala muchas veces. Corrompida. Pero que en la esperanza de muchos (me incluyo) es totalmente capaz de redención. Y no hablo del perdón divino. Sino de la Inmensidad del sólo ser. De que cada uno es una montaña de siete colores en donde se desentierran los demonios bajo guirnaldas de papel aunque siempre se pueden volver a enterrar, bien por debajo, en donde incluso ellos pueden descansar y dejar descansar. Con ayuda de talco, espuma y un poco de baile, claro está.

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