viernes, julio 27

brocolí


Y en la oscuridad de la habitación, la luz leve sobre el escritorio. La respiración tranquila, y el ruido sordo del lápiz contra el papel. El lápiz rasgando la superficie, dándole vida al papel, inerte antes y blanco en su pureza. El papel comienza a respirar, de a poco y en cada palabra cobra vida. Cada hoja se vuelve una hora, cada hora se vuelve un recuerdo, y los recuerdos van y vienen, siempre están en la piel. La piel tatuada es piel que respira, y sino son los tatuajes, son las arrugas las encargadas de mostrar la historia y las cicatrices enfatizan los hechos como las fechas de las batallas de guerra. Y la paz, la paz se encuentra en las ojeras debajo de los ojos, donde la sabiduría recorre cada línea de la cara. Donde el botox no es necesario ni deseado. El lápiz no es bisturí. El lápiz recuerda y hace recordar. Y las cremas y los tratamientos son sólo máscaras, y la verdad es la sencillez. La verdad son los ojos sin lentes de color, la verdad es que me gusta leer en el colectivo. La verdad es que me saca de quicio que me digan que no entiendo -porque muero por entender-. La verdad es que quería quedarme en tu cuello en el medio de la calle, aunque molestara al mundo entero. La verdad es que, soy feliz en mí. Y la verdad absoluta existe, quiero creer. Aunque todo sea relativo. Aunque esto suene contradictorio. La luz del escritorio no siempre esta prendida, pero cuando lo esta nos demuestra que la vida es tan sencilla, que nosotros humanos nos complicamos por aburrimiento o por hacernos los que "la vida los golpea" y ella existe pero no tiene fuerza para golpear. Porque vivir es rasgar el lápiz contra el papel, es hacerse cicatrices y tatuajes, es decidir, es amar, es errar. Es levantarse de vuelta. Es sonreír aún las adversidades. Es recordar sintiendo. Sencillez. Felicidad. ¿Hay diferencia?

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