Esculpís en la cornisa de tus ojos
aquella malévola garganta que innegablemente
ha expuesto los escombros de tu horizonte.
Delcogas ciénagas caústicas que traducen los gritos de tu espalda
en los casuales espejismos de tus elipses en delirio,
siendo abatido, sin embargo, el equilibrista, por haberse engrosado en castigo.
El orín que inhalas recorre tu anatomia cual hembra dócil
y en el macizo plexo de tu sangrienta yugular, ella rueda
junto a la córteza de tu piel y la musiquita de tu mordedura.
Mas en el oscilante ir y venir de sus salivas,
el bestiario de tus torvos actos te engendran profundos recuerdos.
Y aparezco yo, recóndita hojarasca entre estrías y astillas
para amputarte de tu anatomía la parte que nunca me has entregado.
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