Hoy me siento yo. Yo sola. Sola en la plenitud. Aunque quizá no sea la plenitud plenamente plena. No, sé que me falta todavía. Tengo un largo camino por recorrer, todavía el reloj no empezó a tictac-quear sobre mí. No. Nadie me corre, sólo mis deseos de un pseudo carpe diem y un miedo a la soledad. Pero que la soledad está tan desprestigiada, tan tenida con su cara peyorativa. Que la soledad sólo se piensa cuando se está en un San Valentín, sin Valentín a quien llamar. Pero estar solo, uno nunca está solo. Para empezar siempre uno se tiene a sí mismo, para continuar uno siempre tiene a sus amigos y familia. Lo cual, nos deja concluyendo que somos tal cual Aristóteles nos denominó, puros zoon politikon-es. Sólo encontramos nuestra plenitud en la sociedad y en todo lo que ella acarrea. El amor, el amor está en ellos, por más que ellos no nos besen ni nos agarren de la cintura y nos hagan sentir un refugio del cual duele escapar y al cual nadie más puede entrar. Una amiga me dijo hace unos días, que el amor para ella era un desafío. Otros creen que es un juego. Para mi el amor no es ni uno ni otro, el amor son las pequeñas cosas que hacen al todo, las partes que se dividen para volverse a encontrar. Un poema que alguna vez escuché dice algo así como “because its the halves that halve you in half” y una voz en off (totalmente seductora) en una película dice algo así como “Some people say that true lovers are one soul that is separated when it's born, and those two halfs will always yearn to find they way back together.”
Hoy me siento yo, porque por primera vez, después de tres meses (o creo que menos), no me levanté pensando en aquel chico del verano que me volvió más loca de lo común. Sentí que no había nadie en mi corazón: fuese para ampliarlo y ocupar todo mi pecho, o fuese para achicharrarlo, acurrucarlo en el lado izquierdo de mi cuerpo. No había nadie más que yo. Y se sintió extraño, por un momento, después pacífico por otro. Supongo que después de mucho tiempo, muchos malentendidos amorosos, caer y levantarme, creer haber aprendido y volver a equivocarme, puedo decir que, o me volví una experta en terminar relaciones o que maduré en esta cuestión al punto de que aprendí a recordar las pequeñas partes de cada persona que paso por mi vida. Que por algo pasaron, digo yo, decidiendo quedarse o no, decidiendo darles lugar por mi parte o no. Y ninguna fue del todo mala, ni del todo buena. No fueron perfectos (como tiendo a idealizar a la gente) pero tampoco lo fui yo. No sé. Supongo que me pegaron las dos décadas después de todo.
Creo, me gusta creer en serio, que cada uno tiene a otra persona esperando o buscando. Que como Olivera y la Maga, “andan sin buscarse pero sabiendo que andan para encontrarse”. Que no existen las medias naranjas, que cada uno es un todo en sí mismo y para sí mismo. Pero que, necesita del amor de otro para completarse y crecer. Que vivir la vida con las personas que nos rodean, nos hace mejores porque nos enseña la paciencia que requiere el crecimiento inteligente, que la pluralidad lleva a la verdad, que la vida no es una sola sino millones entrecruzadas.
Me acordé de un tatuaje que quería hacerme de chica, era la sencilla palabra que reza “Smile”, pero no era la palabra sola la razón por la cual quería tenerlo imprimido en mi cuerpo como mis montones de lunares, sino que para mí, las sonrisas son algo así como ese something que must influence life's everything. Por eso sonreí y no porque te estén filmando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario